Para
todos es claro que el negocio de la guerra es lucrativo e interesante porque mientras
los dueños y directivos de las empresas que producen armamento de todo tipo se
encuentran escuchando las noticias en sus sofisticadas oficinas y mansiones, el
resto del mundo se está debatiendo entre el poder de conquistar más almas y
tierra basados en argumento políticos, religiosos y económicos.
Los
últimos hechos en la ciudad de París se suman a la cantidad de atrocidades que
debemos ver, escuchar y lidiar a diario. Las olas de oraciones, banderas en los
perfiles de las redes sociales, y demás expresiones de solidaridad relucen
desde el viernes en todos los medios de comunicación; pero más allá de como extasiarnos
de semejante acto de terrorismo parece que a muchos de nuestros compatriotas se
les ha olvidado como Colombia, nuestro país, ha vivido por más de cincuenta
años la misma situación que sufrió París y han sufrido otras ciudades. Claro
está, el esquema puede variar entre kamikazes, ciudades de alto tránsito
turísticos y los lugares de los atentados.
Los
diversos grupos armados y al margen de la legalidad que se han desarrollado en
Colombia han mantenido atropellada y humillada a la población en general con un
absurdo discurso filosófico que después de los años no tiene ni un gramo de peso. Los
grupos como FARC, ELN y los demás que se han integrado a la sociedad han
sacrificado miles de personas entre los cuales se encuentra la población
infantil. Hoy cuando en la mesa de negociación en la Habana se habla de un
acuerdo, a la mayoría solo nos quedan los recuerdos de como ellos, las FARC, se
han burlado por años de nosotros. Para recordar las actuaciones que las FARC
han cometido y que nada tiene que envidiarle a un grupo terrorista de Medio
Oriente y África podemos listar: Secuestro, extorsión, cultivo y venta de estupefacientes,
narcotráfico internacional, desplazamiento rural al urbano, violación a las
mujeres y posterior obligación a abortar, reclutamiento de menores de edad,
robo de propiedad privada, bombardeos a la población civil, uso de correos
humanos para bombardear las autoridades policiales y del ejército, uso de minas anti personas, entre otros.
Hagamos
un poco de memoria, nosotros como colombianos también tenemos nuestro infierno.
En el año 2002 en Bojaya, un pequeño municipio del Choco, entre las FARC y los
paramilitares mataron 129 personas, hirieron 98 personas y acabaron con la poca
infraestructura del pueblo. Los habitantes que sobrevivieron a semejante crueldad
dejaron sus pertenecías y abandonaron su vida para alimentar las cifras del
desplazamiento de la historia de Colombia; claro que muchos colombianos no
sabíamos ni siquiera donde estaba ubicado este municipio hasta el día que sucedió
el ataque. Sin embargo, en el año 2003, un carro con 200 kilos de explosivos
explotó en la sede del club el Nogal de la ciudad de Bogotá, matando 36
personas y dejando más de 200 personas heridas. En este caso la indignación creció,
porque el desafío para las autoridades fue mayor cuando se traspasó la barrera
de lo rural a lo urbano.
Secuestrar
hace parte del negocio de la guerra, pero era impensable retener a 12 diputados
que se encontraban en la sede de la Asamblea del Valle del Cauca en el 2002.
Este acto de crueldad rompió con todos los paradigmas sobre terrorismo
conocidos hasta el momento en Colombia. El sufrimiento y el dolor de las familias y
de un país fueron permanentemente alimentados por medio del engaño con mentiras
y falsas creencias sobre el estado de salud y de vida de estos políticos. Once
de ellos fueron masacrados años después de su captura.
La
guerrilla ha arrasado con municipios y ciudades en Colombia; recordemos la
ciudad de Mitú en Vaupés, cuando 1500 guerrilleros atacaron a 160 miembros de
las fuerzas militares y de policía; y como éste caso hay por todo el país:
Puerto Saldaña en Tolima, Granada y Caicedo en Antioquia, Toribió y Jambaló en
el Cauca, San Jacinto y Mayecepo en Bolívar, Cartagena del Chaira en el Caquetá,
entre otros.
Con el
anterior panorama no debemos olvidar que los eventos de nuestro país son tan
importantes y desafortunados como los de otros países. No debemos permitir que
hechos tan lamentables, dolorosos y desastrosos como el ataque a París, los
bombardeos a Beirut y Siria, el hostigamiento de las guerrillas africanas; sean una cortina de humo para esconder
nuestros conflictos y más profundos infiernos. Colombia es un país maravilloso
y las FARC has sido el lunar peludo y
feo que sobresale en todas partes, el que hoy el gobierno pretende maquillar
para darle otra cara a nuestro país. Tal vez algunos tendrán una memoria pobre
y escasa que no les permite evidenciar cuantos años de sufrimiento lleva la
población más vulnerable; otros nos acordamos cada día con dolor por los
eventos que el terrorismo colombiano ha causado. No podemos acostumbrarnos a un
terrorismo doméstico, ni mucho menos acostumbrarnos a los delitos que todos los
días nos aquejan y se vuelven parte del paisaje. Tampoco hacernos los de la vista gorda porque el crimen de
hoy no nos afecta. Ocupémonos más en lo nuestro, en cómo fortalecer nuestra
democracia y seguridad, en impedir que incapaces mentales manoseen nuestro
futuro y jueguen con nuestra dignidad. Pellizquemos un poquito y empecemos la
paz desde nuestro interior, en nuestra casa, y en los ambientes donde cada día
interactuamos con el otro. Sintamos luto por lo nuestro!