Hablar de fraude no es
simple por muchas razones. La primera, porque puede ser un tema cotidiano que
se confunde en muchas ocasiones con el avispamiento y viveza que nuestra alcurnia.
Segundo, porque para muchos el fraude solo ocurre en las urnas de votaciones o
en las grandes corporaciones donde se cuecen los grandes descalabros económicos
y se ha negociado incluso todo un país. Habrán muchas más razones para encontrar
pocos adeptos a la prevención, investigación y estudio de un tema que tiene
en vilo a muchos empresarios y que hoy por hoy se hace necesario el despertar
social para encarar a quienes poco a poco o de a mucho han desfalcado nuestra
economía.
Los fraudes no tienen
tamaño; es decir no hay fraudes pequeños, medianos o grandes. Los fraudes son
fraudes y son sus impactos y pérdidas los que son medibles en cifras económicas
o las que determinan la gravedad de la falta o la violación de la ética y la
moral. El fraude como tal está inmerso o escondido en cualquier área de nuestra
sociedad, obviamente son las empresas las que hasta el momento están adoptando
medidas de prevención para mitigar de alguna manera este riesgo; sin embargo
todos los días vemos como se quebrantan las normas de los eventos más absurdos
como hacer una fila o esperar el cambio del semáforo. En estos casos, es
posible que dicho comportamiento no tenga impactos o pérdidas medibles, pero de
alguna forma el mero intento deshonesto por obtener provecho indebido de otra
persona o situación incluso sin generación de delito es fraude.
De ahí que el Fraude como
fenómeno social no siempre se basa en la apropiación indebida del dinero,
también el uso indebido de los activos empresariales hacen parte tan nefasto fenómeno
corporativo, donde en muchas ocasiones el cálculo del fraude es difícil de
realizar. De ahí que quien toma dinero prestado de la caja menor para sus gastos
personales en la semana está incurriendo en el mismo acto de fraude que quien
tomó el dinero de todos los inversionistas y lo escondió en paraísos fiscales. Obviamente
el impacto de las pérdidas es totalmente diferente en ambos casos debido al
alcance, el método y el monto.
Los medios de comunicación
han ayudado a socializar los fraudes más elaborados de nuestro país, donde los
entramados empresariales, transacciones internacionales e incrementos
patrimoniales se destacan entre las características más típicas de este tipo
eventos. Sin embargo y con dolor, en muchas ocasiones, la totalidad del fraude o
las consecuencias del mismo son imposibles de calcular, aún con los mejores y
más diestros equipos forenses. Así mismo, la mayoría de los fraudes que son
descubiertos no son denunciados y mucho menos son informados a la sociedad con
el ánimo de evitar que el perpetrador continúe con su práctica corrosiva.
También la vergüenza y el dolor de quienes son las victimas evitan los
denuncios para que otra entidad caiga en los mismos errores.
Los mal llamados pequeños
fraudes se cometen todos los días en las empresas y por ende en nuestra
sociedad, con el agravante que en la mayoría de los eventos las pérdidas son
incalculables. Esos pequeños perpetradores que de peso en peso incrementan su
patrimonio a costa de los socios de las empresas, y que para ellos su
comportamiento tiene un sentido y explicación, viven en el eterno anonimato
legal a pesar que a nivel social son reconocidos y en ciertos casos elogiados por
sus patrañas. El fraude es fraude y no tiene tamaño; lo que se mide son las
consecuencias económicas o la gravedad de la violación a la norma, ética o
moral.
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