Después
de analizar cuidadosamente el vídeo sobre turismo sexual en Colombia realizado
por una reconocida cadena de televisión con apoyo de la Policía Nacional y ONU,
y publicado en el periódico El Espectador solo queda el silencio y el dolor de
lo allí visto.
Hemos
rechazados reportajes o estudios anteriores realizados por extranjeros que han mostrado
la realidad de un negocio manejado por proxenetas y ahora por bandas
delincuenciales, por criminales que alimentan sus arcas y bolsillos con el oficio
más antiguo de humanidad, la prostitución.
El
estudio nacional está enfocado en el turismo sexual en la ciudad de Cartagena y
Medellín, pero ambos con una gran diferencia. Sin embargo ninguna ciudad desmerita
la otra, al contrario las dos historias y enfoques son iguales de macabras.
La
ciudad de Medellín se ha caracterizado por el emprendimiento y templanza de sus
habitantes. Hemos visto crecer las mejores empresas en esta tierra, como
también llegar empresas multinacionales y globales para abastecer nuestro
mercado y generar empleo. La industria criminal no se queda atrás. Nos han
demostrado que están plenamente organizados con diferentes centros de negocios
y actividades generadoras de dinero permanentemente a costas de los comerciantes
de bien. La extorsión, la venta de droga al detal y el secuestro no son suficientes
para la delincuencia organizada; ahora el negocio ha tomado otro frente que nos
afecta más que cualquiera de los anteriores; ahora están vendiendo nuestras
hijas, nuestras jóvenes son entregadas a los extranjeros.
Nos
es un mito. Es real y está pasando en la salida de las instituciones
educativas, en los sectores más populares de la ciudad y en los lugares donde
pululan los jóvenes. Los delincuentes sin ninguna reserva y pudor describen
como es el negocio, como ha crecido y sus expectativas económicas. Tienen las
vergonzosas estadísticas sobre la prostitución de jóvenes con experiencia y la
venta de jóvenes vírgenes.
Las
jóvenes vírgenes son subastadas por medio de la creación de catálogos, los
cuales son exhibidos a los turistas extranjeros capaces de pagar por la
virginidad de menores de edad. Sucio y macabro negocio que empieza con la
selección de las fotos en Facebook. Los delincuentes hacen estudio de mercadeo
del sector donde priman el bajo nivel de ingresos y el acceso a la educación.
Buscan la víctima en las redes sociales y de allí toman la información que
requieren para el catálogo; tales como nombre, edad, aspecto, entre otros. Todo
esto sin el consentimiento de sus dueñas. Las jóvenes no son contactadas hasta
no tener el mejor postor o pagador y simplemente cuando el negocio está cerrado
o listo, ellas son invitadas a sugestivas falsas fiestas donde son tomadas a la
fuerza y entregadas a su comprador.
Las
redes sociales son parte de esta historia y de muchas otras. Son la herramienta
más usada por los delincuentes para cazar la información que cada persona deja
allí para hacer un amplio esquema de viabilidad de la víctima. Se apoderan
de nuestras costumbres, trabajo, familia, amigos, posesiones y gustos. El
perpetrador conoce al dedillo cada paso de nuestra vida comunicada por medio de
las redes sociales.
Muchos
delitos son cometidos por medio de las redes sociales. Matoneo, suplantación,
robo de identidad y la extorsión son apenas el comienzo de toda la estrategia usada
por los criminales. Algunos delitos que en principio son inexplicables tienen
un origen en las redes sociales. El auto recién comprado, la casa recién adjudicada,
los nuevos electrodomésticos y las vacaciones tomadas hacen parte del gran
listado de factores que alimentan un futuro delito.
Como
padres, tutores, educadores y familiares debemos ir más allá del vídeo sobre el turismo sexual en Colombia y cuestionarnos cuanto sabemos de nuestros hijos.
Las redes sociales no deben ser un campo desconocido ni árido para los padres
de familia; por el contrario, deben ser una herramienta con la cual se puedan
detectar comportamientos, tendencias y peligros.
Las
redes sociales deben ser los aliados principales para conocer un poco sobre
nuestra sociedad y más aún cuando nuestros jóvenes interactúan permanentemente
con alguien que no vemos y no conocemos.
Mi
llamado es a la sensatez y a la valentía. Sensatez para aceptar que debemos
aprender y estar a la par del conocimiento tecnológico de nuestros hijos, en
los casos que sea necesario tomar clases sobre éste tipo de herramientas y
admitir que la revolución tecnológica debe ser parte de nuestro diario. Valentía
para investigar sin miedo sobre sus relaciones interpersonales, hablar con
franqueza a nuestros hijos, enfrentar los hallazgos y denunciar cuando sea
pertinente.
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