Hablar
de Fraude no es fácil simple, y menos para aquellos que todos los días se
enfrentan cara a cara con los perpetradores y aún se sorprende de los nuevos
complejos esquemas y entramados que aparecen en cada descalabro económico. Los
perpetradores y sus secuaces cada vez
son más ingeniosos, prácticos e inteligentes a tal punto que han sobre pasado
el límite de lo racional para construir en pocos años tejidos económicos fraudulentos fundamentados en los vacíos de la ley tanto
nacional como internacional.
Así
mismo, los investigadores y auditores forenses quienes enfrentan a los responsables
de otros tipos de fraudes corporativos son testigos fieles del crecimiento de
este tipo de comportamientos que desafortunadamente se desencadenan en un
amplio espectro de delitos económicos. Sin embargo, el análisis del perpetrador
y su conducta en el triángulo del fraude es apenas una parte del problema
porque donde hay un defraudador siempre habrá un afectado o grupo de afectados.
El
mayor porcentaje de los fraudes se realiza a espaldas de la víctima, obviamente
sin su conocimiento ni consentimiento. Sin embargo, una pequeña proporción de
empresarios son conocedores de las actividades criminales de alguno de sus
empleados y asumen el riesgo a tal punto que aceptan distribuir entre sus
asociados y el perpetrador el fruto de sus ganancias. Aunque este concepto se
sale de todo esquema de seguridad y administración de riesgos, para esta clase
de empresarios el negocio debe generar utilidades para ambas partes, es decir
ellos conviven con el delito a diario.
La
actitud férrea e inquebrantable frente al fraude es uno de los pilares
fundamentales de prevención frente a los delitos económicos. Sin embargo e infortunadamente
convivir con el fraude se convirtió en casi una costumbre que se esconde debajo
del tapete. La indiferencia, irresponsabilidad y permisividad por parte de la administración alimentan el espíritu
defraudador de quien a diario desafía como quebrantar el escaso control. La ignorancia
irracional, incredulidad y mediocridad por parte de los gerentes,
administradores y propietarios alimentan el ego y el bolsillo de aquellos que
buscan entre los bienes ajenos su calidad de vida y futuro económico. De ahí
que la incompetencia empresarial y la deshonestidad se convierten en el factor
común de los que son evasores fiscales y malos clientes, dado que pretenden
recuperar lo perdido sacrificando el pago de los impuestos y sus proveedores.
El
término CEGUERA INTENCIONAL o IRRESPONSABLE fue creado por los juristas en los
casos donde la indiferencia a propósito o el conocimiento previo de los hechos eran
comunes en la comisión de delitos económicos como fraude o lavado de dinero. Pero
más allá del término jurídico y las implicaciones penales, la ceguera
intencional obedece a un comportamiento totalmente indiferente e irresponsable
de los representantes legales, administradores y gerentes que conocedores de
las prácticas delincuenciales incurridas en la entidad no actúan para proteger
los recursos corporativos y por el contrario guardan total silencio frente a
este tipo de hechos permitiendo que el perpetrador acrecenté su patrimonio
económico desangrando la empresa cada día.
La
coherencia y congruencia entre el pensar, decir y hacer son los más fuertes
mecanismos de disuasión frente a los delitos económicos en una entidad, y dicha
congruencia se logra con el diseño e implementación del Gobierno Corporativo. Un
buen Gobierno Corporativo contribuye
al logro de los objetivos de estabilidad, seguridad y confianza empresarial
enmarcados en un ambiente de control del riesgo sobre los delitos contra el
patrimonio económicos que favorece el incremento de la competitividad,
expansión y perpetuidad del negocio. Igualmente, el Gobierno Corporativo regula
las relaciones entre los accionistas, administradores, empleados, proveedores,
clientes y demás usuarios de la empresa fomentando un ambiente de transparencia
y cero tolerancia ante
cualquier comportamiento o evento que conlleve a la comisión de un delito
económico. Así las cosas, la concientización, sensibilización, el control y la administración del riesgo de fraude promueve
bajo todo punto de vista la continuidad empresarial.
Tener
la convicción firme y la conciencia necesaria para no dejarse tentar es una
tarea individual de todos los días que involucra los valores, la ética y la
moral. Un defraudador no ataca a una sola compañía, ni lo hace
una sola vez. Para un defraudador, su estilo de vida debe ser sostenido con los
ingresos ajenos y su ego alimentado con el desafío de romper los límites.
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