La
intención: La fina línea entre el error y el fraude
El, un joven que no pudo terminar su
carrera de Contaduría, se desempeñaba como Auxiliar de Cartera o Cuentas por
cobrar. Entre sus actividades diarias estaba la elaboración de recibos de caja,
cobro a los clientes y elaboración de las consignaciones o depósitos de dinero
y cheque para los bancos. Siempre se destacó por su habilidad informática,
buena voluntad y conocimiento contable. Conociendo de las deficiencias
contables, ofreció su conocimiento para ayudar a conciliar los bancos, los
cuales estaban atrasados y requerían de un esfuerzo para cumplir con la fecha
impuesta por la Revisoría Fiscal. Así las cosas, la contadora, conociendo de
las habilidades de su compañero, acepto su amable ayuda y le entrego
temporalmente el proceso, mientras las conciliaciones se actualizaban. Por lo
tanto, le asignó la clave para acceder al sistema de información contable, como
también clave de acceso al extracto bancario desde la página web de los bancos.
El joven elaboró las conciliaciones
bancarias y en un momento determinado se enteró que ha cometido un error y
decide no corregirlo, dado que significaba un alto reproceso de información y
el tiempo de entrega se acercaba desafiante. Tampoco informó sobre el error.
Guardo silencio.
Con el paso del tiempo, el joven
continúo haciendo el proceso de conciliación sin otra dificultad y más aún
avalado por el área de auditoria quien no detectó el error inicial.
Seis meses después, los directivos
de la empresa se enteran que las cuentas bancarias de la empresa se encuentran
en sobregiro debido a la carencia de consignaciones o flujo de dinero en las
cuentas. El foco de atención recae inmediatamente en el joven auxiliar de
cartera o cuentas por cobrar, quien asumió sus responsabilidad sobre el fraude
que había cometido donde admitió que la carencia de control por parte de
auditoria, contabilidad y la gerencia le permitieron a El cometer el fraude sin
que para ello hubiera una justificación o
necesidad. Con el acceso a los sistemas de información internos y
externos, contacto con los clientes y administración de los recursos de la
empresa para los bancos se configuró el cóctel perfecto para la comisión de un
fraude. Simplemente, El cambió la intención de ayudar por la intención de
causar un daño.
La anterior historia refleja como un
pequeño error es la puerta de un fraude. En este caso el joven no tuvo la
intención de hacer daño cuando ofreció su conocimiento para ayudar al
departamento contable, su intención cambia cuando la empresa crea la
oportunidad de cometer el fraude. Sin embargo, un perpetrador o criminal comete
un pequeño fraude con la intención de medir la capacidad de detección de los controles
internos o calibrar la efectividad de los controles. De ahí que un perpetrador
siempre tiene la intención de robar, tomar o esconder aquello que con múltiples
justificaciones y excusas incrementa su patrimonio con recursos ajenos. Un
perpetrador es desalmado y sólo piensa en su bienestar aun cuando en muchos
casos ellos distribuyen lo ganado entre varias personas para ganar adeptos y cómplices.
Se requiere de pericia forense,
contable y financiera para diferenciar entre un error y un fraude. Es por ello,
que a la menor evidencia de situaciones anormales se debe buscar ayuda para
esclarecer el caso. Recuerde que un fraude de cuello azul se demora entre 18 y
24 meses para ser descubierto, por lo tanto lo que usted encuentre hoy es una
simple muestra de lo que está pasando desde hace dos años como mínimo.
La mejor forma de prevenir es a
través de la educación sobre fraude y la demostración de cero tolerancias hacia
las conductas delictivas. No permita que sus procesos contables y financieros
estén desactualizados, porque ellos son la mejor herramienta para diagnosticar
un problema.
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